Las tarjetas amarilla y roja forman
parte indisoluble del fútbol actual y resulta inimaginable la práctica de este
deporte sin su concurso. Precisamente las “inventó” hace más de 40 años el inglés Ken
Aston. Se trata de un hombre que ha dejado una
profunda huella en el arbitraje y en el mundo del fútbol.
El trabajo de profesor comprende muy
diversas y variadas tareas, que no sólo deben practicarse en el aula. En
Inglaterra, donde las actividades deportivas son parte cotidiana de la docencia
desde hace mucho, los profesores tienen que desempeñar a menudo el papel de
árbitros. Algo similar le ocurrió a Kenneth George Aston en 1935 en Essex. Con
poco más de 20 años, se solicitó a este recién licenciado arbitrar un partido de
fútbol. Cabe suponer que sus pupilos se comportaron algo mejor en aquel
entonces que algunos profesionales en las copas mundiales de 1962 en Chile y de
1966 en Inglaterra.
Una experiencia
crucial
Aston encontró agradable el exigente papel de los “imparciales”, así que hizo
un curso sobre esta especialidad en 1936. A comienzos de los años sesenta –
según escribe el periódico ingles The Times en la necrológica – Aston logró
auparse a la elite del arbitraje inglés. En aquel entonces no había grandes problemas.
Pero esta pax romana cambió repentinamente
en la Copa Mundial Chile 1962. Aston había arbitrado magníficamente el partido
inaugural entre el equipo anfitrión y Suiza (3-1), lo que indujo a la FIFA a
sustituir por Aston al árbitro propuesto originalmente para el partido Chile –
Italia, ya que se le consideraba más experimentado y seguro.
Aston no se alegró excesivamente por este
“honor”, ya que los prolegómenos del partido habían caldeado los ánimos.
Algunos periódicos chilenos aseguraban que sus colegas italianos habían dudado
de la belleza, lozanía y virtud de las mujeres locales. Es decir, se trataba de
una cuestión de honor. Ante esta situación, impregnada de emotividad, lo menos
importante era el fútbol. El partido pasó a la historia con el nombre de “la
batalla de Santiago”.
“En Santiago me limité casi a contar los
puntos de las maniobras militares del campo, mi función no recordó nada a las
tareas de un árbitro”, rememoraba Aston posteriormente. Aunque experto
conocedor de la guerra al haber sido teniente coronel durante la 2ª Guerra
Mundial, el partido de la capital santiagueña superó sus peores pesadillas. En
tres ocasiones tuvo que entrar la policía al campo para asistir a Aston en sus
tareas de pacificador. Se expulsó a dos italianos del terreno de juego, el
cómputo final ascendió a diversos tumultos y peleas, hasta que finalmente Chile
se adjudicó el encuentro por 2 a 0.
Aston concluyó su carrera de árbitro en
1963, silbando la final de la Copa Inglesa. La FIFA le nombró miembro de la Comisión
de Árbitros en 1966 (cuya presidencia ostentó de 1970 a 1972), una posición que
le colocó por segunda vez en su carrera ante una difícil situación en una Copa
Mundial, cuando se tuvieron que enfrentar Inglaterra y Argentina en los cuartos
de final en 1966. Aston, responsable de todo el arbitraje, tuvo que emplear
toda su capacidad negociadora para tranquilizar al expulsado capitán argentino
Rattín y evitar así la suspensión del encuentro.
No obstante, la importancia del
partido radicó en un asunto esencialmente diferente. Según la prensa de
entonces, tanto Jack como su hermano Bobby Charlton habían sido amonestados,
pero los espectadores no habían podido deducir este hecho de los gestos del
colegiado Kreitlein, al igual que el director técnico del equipo inglés Alf
Ramsay, quien solicitó explicaciones a la FIFA. Aston se dedicó a estudiar las
posibilidades para evitar un problema similar en el futuro. “Mientras conducía
por la calle Kensington de Londres, el semáforo se puso en rojo y pensé: ‘Amarillo’,
puedes aún pasar, ‘Rojo’, alto, fuera del terreno.”
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